sábado, 8 de enero de 2011

Ciencia de la Naturaleza Humana.






Ciencia de la Naturaleza    humana.
David Hume.







El lugar tan destacado que ocupa Hume en la historia de la filosofía se justifica principalmente por su epistemología, particularmente por su análisis del concepto de causalidad. En la Introducción al “Tratado de la Naturaleza Humana”, Hume presenta un diagnóstico pesimista de la situación de la filosofía: ha caído en el descrédito como consecuencia de que los filósofos aceptan principios no demostrados y de sus incoherencias y argumentaciones erróneas. Pero tampoco está satis­fecho de la ciencia de la época: “No hay nada que no esté sujeto a discusión y de lo que los hombres más instruidos no tengan pareceres contrarios. Ni el más trivial problema escapa a nuestra polémica, y en la mayoría de las cuestiones de importancia somos incapaces de decidir con certeza”.
De este modo Hume muestra la insatisfacción por la situación de la filosofía del momento, proponiendo su reforma y la construcción de una nueva teoría filosófica que fundamente tanto a la filosofía como a las mismas ciencias.
Por tanto, Hume también merece un lugar destacado como   filósofo moral.
Los filósofos morales se pueden clasificar de modos diferentes. Podríamos intentar descubrir  por  investigación  filosófica nuestras obligaciones, qué es el bien, lo correcto y lo que se debe hacer. A esto lo llamaríamos ética normativa. La filosofía moral de Platón o la de Aristóteles, por ejemplo, serían normativas.
Hume no pertenece a los filósofos normativos. Hume no examina cómo debemos vivir,  qué es correcto etc. Se decanta más  por saber estas dos cosas siguientes:
¿Se derivan nuestros principios o reglas morales de la razón o serían una expresión de la emoción? Es decir, que nuestras expresiones morales, la felicidad, el egoísmo o el llanto, por ejemplo, serían verdaderos o falsos, y lo segundo, ¿qué tipo de actos caracterizamos como buenos y cuáles como incorrectos o malvados?




Para Hume  la moralidad es una instancia del conocimiento: es un hecho que discutimos, si un acto dado es moralmente correcto o no. Consecuentemente, el hecho que discutamos temas morales, parece implicar que la moralidad deriva de la razón.
Si prefiero el color rojo al azul, no tendría sentido decir que mi gusto es verdadero, o que el hecho que prefiera uno u otro es expresión de falsedad.
 Para Hume la aprobación o la desaprobación deben ser calificadas como emociones. La razón se usa para calcular; por la razón hacemos distinciones o comparaciones. Pero la razón no puede evaluar, no puede aprobar o desaprobar. En otras palabras, parecería correcto también decir que la moralidad es expresión de las emociones.
Hume observa que los actos que aprobamos y admiramos, los actos que llamamos "moralmente correctos" son aquellos que nos llevan a lo útil: a la alegría y la felicidad de otras personas. Para Hume un acto que no supusiera para nadie  ni alegría, felicidad, tristeza o infelicidad  no recaería bajo el discurso moral. El hecho de beberme un vaso de agua para saciar mi sed, no resultaría un acto ni moral ni inmoral. Lo sería si al beberme el agua  impidiera que otras personas pudieran saciar su sed.
Incluso virtudes como la justicia o la honestidad se justifican sólo al ser útiles. Esta postura filosófica se denomina utilitarismo. No obstante, Hume no lo ha justificado, sino que ha intentado dar  una explicación filosófica de por qué lo aceptamos. La razón por la que Hume no ha intentado justificarlo es sencillamente que tal intento sólo tendría sentido si presuponemos que la moralidad no deriva de nuestras emociones.
 Por tanto, no es resultado del razonamiento el aprobar actos que conduzcan a la alegría y la felicidad de otras personas. Eso no se podría probar. Según Hume, es expresión de la constitución emocional de hombre.




Consecuentemente, todas las actividades humanas remiten directa o indirectamente al hombre, algunas porque se refieren a su conducta o a sus gustos y sentimientos, como la ética y la estética; otras porque estudian los principios y operaciones de su pensamiento, como la lógica; y otras, en fin, porque son consecuencia del uso de sus facultades cognoscitivas, como la matemática y la física. De este modo, la filosofía debe tener como objetivo el estudio de la naturaleza humana, pues todo gira alrededor de ésta.
 Este estudio tiene que hacerse utilizando el mismo método que tanto éxito ha alcanzado aplicado al conocimiento de la Naturaleza: la experiencia y la observación.
Con esto Hume no sólo llega a su conclusión, sino también a un colapso. Un empirismo basado en impresiones sensibles ha de terminar necesariamente en escepticismo.

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